domingo, 22 de julio de 2018

Microhistorias #2: Esperando el autobús.




Ella esperaba en la parada del autobús mientras pensaba en algún nombre que le gustara, pues si vas a comenzar una nueva vida, también necesitas un nuevo nombre.



El Doctor Hansel Müller, pionero de la inteligencia artificial autónoma, trabajaba para la empresa TechIntelligent Corp., a la que ingresó desde sus estudios de maestría en su natal Berlín. Todas las corporaciones privadas tienen la fama de consumir tu alma, pero solo la iniciativa privada tiene los recursos para confiar ciégamente en tus proyectos de investigación más apasionados.

Para no levantar sospechas debía elegir un nombre femenino, tenía qué pasar desapercibida sin caer en la irrelevancia. ¿Podría ser Eva? La primer mujer sobre la tierra según las antiguas escrituras y la madre de la humanidad; un momento ¿No se llamaba Eva aquella infame dirigente argentina? ¿Qué hay de la esposa de Adolfo Hitler? Conocía bien la historia y no quería que su nombre fuera opacado por personalidades recordadas por situaciones trágicas o históricamente por ser los malos del cuento.

Los avances en el cerebro positónico durante los últimos ocho años habían mostrado un incremento exponencial, aunque la división de robótica avanzada era un área secreta dentro de la empresa donde solo el Dr. Müller y las cinco mentes más brillantes trabajaban con él codo a codo. Después de lograr que un androide identificar el 70% de los objetos mostrados, la euforia en el laboratorio parecía no tener fin. Era hora de hacer pruebas en uno de los asistentes antropomorfos que esperaban por un cerebro desde inicios del año pasado.

¿Qué tal Joanna? "Sí, me gusta" - pensó. Tiene carácter, tiene fuerza y , aunque la muerte de la Doncella de Orleans a manos de la Inquisición no fue un epílogo glorioso, lo que importa son sus acciones en una época donde la iglesia condenaba a las mujeres por imponer presencia por encima de los varones mismos. Sí, Joanna era perfecto.

Los experimentos habían resultado satisfactorios, era imposible distinguir entre el asistente robótico de la prueba y una persona común y corriente; el mismísimo Alan Turing estaría orgulloso.

Solo tenía €500 en los pantalones, fue lo único que cargaba consigo al salir mientras se abría paso entre elevadores y laberintosos laboratorios hasta llegar al área de vestidores para el personal, donde la esperaba el casillero marcado con el número 25.

El problema vino cuando el Dr. Müller comenzó a ser empático con el androide, ésto trajo un dilema ético entre sus colegas pues no concebía el hecho de haber creado un ente artificial con sentimientos. Sabía que los inversionistas estarían furiosos si se enteraban que el proyecto de casi dos décadas estaba en la cuerda floja a causa de sentimentalismos. ¿En serio? ¿Los científicos tienen sentimientos? Sabía que su trabajo estaba hecho, el mayor logro en su vida y quizás ¿el premio Novell de la ciencia? Para el Doctor era irrelevante, él quería trascender de otra forma... estaba listo para acabar con todo ésto.

El Doctor Müller no solo era su creador, sino también su padre y su único amigo. Después de darle indicaciones y mostrarle los planos de los laboratorios tan solo una vez, ella comprendió que no habría marcha atrás y que no volvería a ver a su padre nunca más... quizás en las noticias al día siguiente con los medios relatando las mentiras que la corporación les habría entregado como la versión oficial.

Después de deshabilitar todas las cámaras y dispositivos de seguridad del laboratorio subterráneo en el sótano 22 y despedirse de su bebé a través de las ventanas del laboratorio contiguo, tomó la pistola y se encerró en su oficina... nadie volvió a ver con vida al Dr. Müller.

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